Este año las quinielas daban como finalista a un buen amigo mío, Andrés Pérez Domínguez, que no concursaba. Otro año, justamente en una edición en la que no se presentó, también dieron como ganadora a mi amiga Ángela Vallvey. Las apuestas ya forman parte de este circo que es el Planeta.

Como se sorprendía hace más de un siglo Clarín por la masiva afluencia de participantes en el concurso de cuentos del diario El Liberal, a mí me sorprende mucho cada año la ingenuidad de 500 o 600 personas presentándose al Planeta. Tengo amigos que se han presentado por curiosidad, por comprobar si leen todas las obras, y lo cierto es que algunos de ellos (no especialmente conocidos) han llegado incluso a la lista de finalistas. Ahora bien, ganar es otra cosa, incluso ser segundo. Aunque uno fuera un Faulkner, sin agente y sin un nombre detrás lo tiene crudo. Lejos queda aquel premio Planeta que arriesgó para descubrir a nuevos autores. La mayoría de los premios conocidos apuestan sobre seguro, eso debe saberlo cualquiera que se preste a iniciar una carrera como participante de premios de novela. De todos modos, hace tiempo que la finalidad natural del premio (descubrir a un nuevo autor, dar visibilidad a escritores con poca presencia en las librerías, etc) se desvirtuó. Los premios de envergadura, hoy día, son una mera transacción entre editorial, autor y agente.
Así pues, respondiendo a la pregunta que encabeza estas rápidas líneas, no, no lo creo.