"La Deuda" Felipe Hernández Sloper, 2012, 299 pág. |
De
entrada debemos hacer una afirmación rotunda: “La Deuda” es una extraordinaria
novela. Cuando uno dedica parte de sus esfuerzos a reseñar libros, toparse con
una obra de tales características entre tantos mamotretos prescindibles le
llena de gozo, ese mismo gozo que nos embargó como lectores en los tiempos ya
lejanos (ay) de los descubrimientos.
La
trama se inicia como un argumento de novela negra: Andrés Vigil, un hombre
pusilánime que pierde su trabajo, contrae una deuda con un prestamista para
comprarse un violoncelo, instrumento que acabará siendo el símbolo mismo de la frustración. Pero
cuando Vigil acude a la oficina del usurero se topa con una sorpresa
inesperada, puesto que un extraño personaje llamado Alejandro Godoy no sólo
cancelará su deuda pendiente sino que se convertirá desde entonces en un
acreedor mucho más terrible e implacable. De este modo, lenta pero firmemente,
la novela va convirtiéndose en un perfecto engranaje psicológico que sobrepasa
con mucho los límites normales del género negro para transformarse en una
asfixiante parábola sobre el poder y el despotismo, la locura y la falta de
voluntad, y al tiempo en una aún más terrible visión de los abismos interiores.
Felipe
Hernández posee una sorprendente capacidad para penetrar en los recodos más
oscuros del alma humana, con una precisión casi forense que nos deja sin
aliento y nos tatúa a fuego el miedo más elemental. La demencia a la que
sucumbe la mente privilegiada de Godoy, y la incapacidad de Vigil para dirigir
su propio destino, conforman una tensión narrativa de tintes kafkianos, de
inesperadas consecuencias, que bien podría interpretarse como una brutal
alegoría de los totalitarismos y de esa especie de Síndrome de Estocolmo que acaba padeciendo resignadamente la
sociedad.
Catorce años después, “La Deuda” no
sólo mantiene intacta su actualidad y su interés sino que se muestra muy por
encima del nivel medio habitual de la novelística española de estos últimos
tiempos. Sólo la miopía congénita y la falta total de criterio de un amplio
sector de nuestra industria editorial podrían explicar que un narrador del
talento de Hernández sea hoy un autor casi secreto. Pero también tengo la
certeza de que la secta de lectores que le adoramos no hará sino crecer con el
tiempo.
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