El
hecho está constatado: cada año aparecen un puñado de primeras novelas
dispuestas a ganarse un espacio en la batalla de los escaparates. De esas
obras, la mayoría firmadas por autores muy jóvenes, pocas de ellas alzan aún el
vuelo, pocas alcanzan a ser algo más que una promesa todavía en agraz,
balbucientes ensayos de lo que podrían llegar a ser en el futuro si continuaran
con tesón e ilusión, dos ingredientes básicos que, sin embargo, muchas veces se
diluyen al primer intento. Si algo me pone de mal humor al abrir una primera
novela es encontrarme con una total falta de ambición literaria, con una prosa
en sordina, con una grave carencia de inventiva y de escrúpulo en el estilo,
como si esos escritores aún debutantes ya estuvieran agotados y se hubiesen
puesto a escribir porque sí, sin demasiada voluntad. Dicho esto, hemos de afirmar
ya que la primera novela de Pablo Martín Sánchez (Reus, 1977) representa todo
lo contrario a lo comentado en las líneas precedentes. En efecto: tras un libro
de relatos más que notable, Martín Sánchez se descuelga con un novelón de más
de 600 páginas para tomar su alternativa como novelista. Esto ya es en sí mismo
un reto y un peligro, pero también una muestra de vocación literaria sin medias
tintas. No obstante, seguro de las posibilidades de la historia que va a
contarnos, el autor presenta desde el principio unas credenciales envidiables que
en pocas páginas disipan las dudas e incluso el escepticismo del más pintado.
El anarquista que se llamaba como yo. |
En
realidad, Pablo Martín Sánchez no es un personaje histórico de primera fila, y
el autor, consciente de ello, tiende a novelar su vida y apoyarse más en la
intrahistoria subyacente que en los meros hechos acontecidos. Narrada en dos
planos temporales distintos (el que se remonta a la infancia, adolescencia y
juventud del futuro anarquista, y un segundo que nos lleva al momento de los
acontecimientos que marcaron su existencia y su “posteridad”), el escritor aprovecha
para pintarnos un fresco de la España del momento y del exilio patrio en
Francia, entre personajes reales e inventados, todo ello contado con una
soltura admirable que desliga al escritor del mero historicista.
La ficción en torno al fenómeno anarquista
español es escasa en nuestras letras. Con excepción de algunas obras ya
clásicas de Pío Baroja y Valle Inclán, hay que dar un salto hasta 1975 con “La
verdad sobre el caso Savolta” de Mendoza para toparnos con una novela
relativamente cercana, o más recientemente con libros como “Cárceles
imaginarias” de Luis Leante o “El hombre que mató a Durruti” de Pedro de Paz. “El
anarquista que se llamaba como yo” viene a cubrir, pues, un vacío singular y a
esclarecer de paso un acontecimiento poco conocido y lleno de brumas. Pero eso
sería insuficiente si esta novela no estuviera escrita con el pulso firme de un
verdadero narrador, un autor que no sólo ha salido victorioso de tamaño reto sino
que se ha dejado el listón alto. No obstante, y al albur de lo leído, estamos
en condiciones de asegurar que Martín Sánchez aún ha de depararnos grandes
alegrías en el futuro.
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