Que el
mundo literario está sembrado de errores y despistes es un hecho constatado, y
el caso de Stoner vendría a
confirmarlo una vez más. Cuando la novela de John E. Williams se reeditó en
2000 en EEUU, después de 35 años ignorada, The
New York Times afirmó categóricamente: Stoner
es algo más que una gran novela. Es una novela perfecta. No tardaron en
salir voces acreditadas de grandes autores alabándola efusivamente y
preguntándose cómo era posible que una obra maestra como aquella hubiera pasado
inadvertida en su momento. Pero así fue: cuando Stoner, la tercera novela de un desconocido John Williams apareció
en 1965, apenas obtuvo reseñas y sus ventas escasamente alcanzaron los 2000
ejemplares. Pronto fue olvidada y su autor tardó siete años en publicar una
nueva obra (Augustus, 1972) por la que, contra todo pronóstico, ganó el
prestigioso National Book Award,
aunque el escritor siguió siendo un autor sin lectores, un autor de culto para
unos pocos y oculto para la gran mayoría. La cosa empezó a cambiar cuando la
autora francesa Anna Gavalda habló de las excelencias de Stoner en una
entrevista. Tito Expósito, editor de la pequeña y modesta editorial canaria
Baile del Sol leyó dicha entrevista y, dada su admiración por Gavalda, se
sintió intrigado. Buscó Stoner, jamás
traducida en castellano hasta entonces, pero nadie en España había oído hablar
de un tal John Willians (no confundir con el compositor de películas ni con el
guitarrista clásico). Con su editorial a punto de echar el cierre, reuniendo algunos
ahorros de sus socios de negocio, compró los derechos de la novela y lo apostó
todo a una carta. La novela se editó por primera vez en español en 2010,
pasando sin pena ni gloria los primeros meses. Sin embargo, cuando aparecieron
en ABC los elogios de Rodrigo Fresán y acto seguido los de Vila Matas en El
País, se produjo uno de esos milagros que de vez en cuando se dan en la
literatura: el libro despegó aceleradamente, se activó el boca-oreja, fue
creciendo la sorpresa y la fascinación de los lectores, y Stoner pasó a tener numerosas ediciones y varias reimpresiones,
con 20.000 ejemplares vendidos, algo que salvó las cuentas de la pequeña
editorial y puso de manifiesto (una vez más) la miopía y estulticia de los
grandes grupos editoriales. Gavalda, por su parte, lo tradujo al francés en
2011 y el éxito fue tan arrollador que se produjo una especie de “efecto
llamada” en EEUU donde, viendo el éxito que tenía en Europa, vendió más de
150.000 ejemplares en poco tiempo. Mientras en España no ha dejado de venderse,
Holanda va por los 200.000 ejemplares, Italia por los 80.000 y no cesa de
traducirse, al tiempo que se asienta el prestigio de Williams (cuyas otras tres
novelas se han traducido también en España o en Hispanoamérica), elevando a Stoner a la categoría de clásico de las
letras norteamericanas de la segunda mitad del XX. Lamentablemente, Williams no
llegó a ver este descomunal éxito tardío ni pudo llegar a imaginarlo nunca,
pues falleció en 1994, siendo entonces un autor del que nadie apenas se acordaba.
Ironías de la vida, el creador de ese personaje gris, abocado al anonimato y la
aparente mediocridad que es William Stoner, logró zafarse de su destino
silencioso y del olvido al que parecía estar destinado para transformarse en
uno de los descubrimientos más sorprendentes (junto al de Lucia Berlin) de la
literatura norteamericana del último medio siglo. Un nuevo Nabokov.
No
pocos lectores en todo el mundo se han enternecido con este profesor de universidad aparentemente fracasado (pero
consciente de su fracaso), quizá porque no podemos evitar sentirnos íntimamente
reflejados. En última instancia, fracasados somos todos y lo prueba nuestra
actual incapacidad para superar la frustración. Nos enseñaron a triunfar, no a
ser los segundos, cuando la enseñanza debería mostrar a la sociedad cómo
encajar el fracaso. Y en este sentido, el rígido estoicismo que gobierna la
vida de Stoner lo transforma en realidad en un triunfador, porque el que
triunfa es el que sobrevive y no el que gana. Pero como los grandes libros, Stoner nos dice más. Nos dice algo que
nunca deberíamos olvidar: que la cultura
no nos va a salvar de la mediocridad (sólo nos hará conscientes de ella,
que puede ser incluso peor).
Stoner
es también una novela que nos habla todo el rato de la renuncia de los sueños.
En este sentido es una historia profundamente triste, desoladora y a ratos
pesimista. Quizá aquí cabría hacerle al libro el único reparo: su falta de
humor, tan característico en algunos grandes autores americanos contemporáneos
de Williams. Escrita en un estilo clásico, sin experimentalismos ni digresiones
inútiles, todo en la prosa de Williams
fluye con pasmosa y aparente sencillez, lo que viene a retomar la idea
del “nuevo Nabokov”: el resultado de una depuración estilística a la altura de
muy pocos.
Estamos
ante una novela “de personaje”, donde aparentemente no ocurre nada y ocurre
todo: ocurre la vida misma, ni más ni menos. El resultado final es sublime,
extraordinario, un absoluto milagro creativo.