Hace años, en la entrada de Cala en Porter, en Menorca, alguien había puesto un cartel indicativo que señalaba por dónde caía Tomelloso, la patria chica del escritor Francisco García Pavón. La primera vez que oí hablar de este autor y de Tomelloso fue siendo aún niño, en uno de esos maravillosos libros de lectura que se empleaban en los colegios. En realidad aquel libro de lectura para quinto curso de EGB lo sustraje del almacén de libros retirados que había en La Salle de Mahón. Tenía como título un verso de León Felipe, “Como tú...”, y estaba compilado por un profesor de lengua llamado Arturo Medina. La edición era de 1974 y resultaba ser una pequeña joya. Aquel librito contenía no sólo fragmentos de autores esenciales, sino también de muchos completamente olvidados hoy. Gracias a él supe por vez primera de escritores que años después, en un ejercicio de placentera arqueología, redescubrí y leí con fruición, escritores que dudo que nadie lea en la actualidad, por desgracia. Entre ellos había cuentos de Luis Jiménez Martos, Eduardo Zamacois, Jesús López Pacheco, José Antonio Muñoz Rojas, Medardo Fraile, Carlos Murciano, Lauro Olmo, César González Ruano o el propio Francisco García Pavón. A veces digo, y creo que no exagero, que me hice escritor leyendo y aprendiendo de estos autores y que quizá de entonces me venga la afición por los escritores de cuentos, siempre tan subterráneos e infravalorados.
En aquella guía de futuras lecturas que fue para mí “Como tú...” aparecía un cuento de Pavón sobre un niño que bajaba a la calle con un balón nuevo de trinca. Al final de los textos había unas breves líneas sobre sus autores. En la de éste informaba que había nacido en 1919 en Tomelloso, en plena Mancha, y que era el padre de Plinio, un detective a la española. Tuvieron que pasar algunos años más hasta el momento de toparme por casualidad con un libro titulado “Historias de Plinio”, una edición de 1972 de Plaza&Janés que contenía dos novelas cortas protagonizadas por este personaje del que yo entonces no sabía nada, excepto que era el ficticio jefe de la Guardia Municipal de Tomelloso.
La imaginación de García Pavón no era poca, pues imaginar crímenes en un lugar idílico como Tomelloso es arriesgado. El término municipal, no obstante, engaña. Se halla en el corazón mismo de las tierras del Quijote, a unos 600 metros sobre el nivel del mar y al pie de la sierra de Montiel, pero se trata de una de esas poblaciones rurales perfectamente aclimatadas a la actualidad dentro de su disfraz provinciano de clepsidra varada. Baste decir que Tomelloso cuenta con más de 35.000 habitantes. En ese rincón del mundo, rodeado de campos y molinos somnolientos, inauguró García Pavón la novela policíaca española. En nuestro país nunca existió una tradición de novela criminal autóctona. El propio Pavón confesaba que siempre quiso escribir un tipo de novela policíaca muy española sin dejar de lado la calidad literaria, y para ello se sirvió de su propio pueblo levítico y del recuerdo de un jefe de la Guardia Municipal que había cuando él era niño. De esta forma nació Manuel González, alias Plinio, quien ayudado por su fiel amigo Don Lotario, el veterinario, protagonizó 8 libros y gozó en los primeros setenta de gran popularidad entre los lectores (hasta el punto de llevarse a la TV y obtener Pavón el premio Nadal y el Nacional de la Crítica con dos de los mejores títulos de la saga). El estilo de Pavón, una mezcla bien dosificada de realismo castellano e intriga, lirismo y fino humor, era muy personal. En pleno auge de vanguardismos narrativos, típicos del tardofranquismo en reacción a la novela realista, Pavón supo conjugar la mirada social-rural de Delibes con el ritmo propio de la novela de detectives sin dejar por ello de resultar algo muy español. En el fondo, Plinio no es un investigador a lo anglosajón, sino un modesto empleado municipal, un hombre observador e intuitivo cuyo mérito reside en conocer bien a sus convecinos. Representante de la quintaesencia del español medio de su tiempo, Plinio es un héroe en alpargatas, ni un superdotado ni un lumbreras. Fue el digno antecesor del Carvalho de Montalbán, del inspector Méndez de González Ledesma, de la pareja de picoletos de Lorenzo Silva o de la Petra Delicado de Giménez Barlett, por citar algunos de los más conocidos. Pero, ante todo, era buena literatura, hoy injustamente olvidada. O casi. Destino ha publicado recientemente un tomo con todas las entregas de Plinio juntas. Un homenaje merecido. Y Pavón cuenta con un premio de novela de cierto prestigio que lleva su nombre. Quizá, más que de obra olvidada, convendría mejor hablar de desconocida. La moda de la novela negra actual hace palidecer cualquiera de las aventuras de Plinio, pero notamos a faltar la calidad de una pluma como la de García Pavón, para el que el caso criminal no es más que una línea de la que se ramifican historias secundarias y apuntes sociológicos que son el retrato mismo de una tierra y de unas gentes.
Fco. García Pavón |
Cuando encontré aquel lejano verano del 83 u 84 el tomito “Historias de Plinio” en un kiosco callejero, recordé enseguida los escasos datos que tenía a través del libro de lecturas “Como tú...”. Aquel tomo lo componían las historias “El Carnaval” y “El charco de sangre”. Mi andanza como lector de rarezas apenas comenzaba. Algún tiempo después me regalaron otra novela de Pavón –no del ciclo de Plinio, aunque éste aparecía brevemente- llamada “Los liberales”. En todas sus obras Tomelloso era el gran protagonista, el universo natural del autor. Con los años cayeron en mis manos otras novelas de Plinio, pescadas en librerías de viejo. Pero a Pavón aún le debo otro placer, su excelente e imprescindible Antología del Cuento Español Contemporáneo, la más completa de cuantas conozco y en cuyas profusas páginas se recogían los más grandes cuentistas españoles de la segunda mitad del siglo XX, gran parte de ellos incomprensiblemente olvidados hoy. Rarología literaria cien por cien, en definitiva.
Plinio estaba ligado a la tierra, a sus eternos campos de hidalgos locos y dulcineas soñadas, y en aquel descubrimiento primerizo y feliz de sus páginas mis manos olían también a tierra, la tierra tan distinta y tan cercana del huerto de mi padre, donde aquel verano iba a cavar, a trazar surcos de los que brotarían el fruto y el tubérculo, a sembrar la terca añoranza que hoy rebrota en mí cuando sólo piso asfalto.
Francisco García Pavón, enfermo, dejó de escribir en 1983, casualmente por las fechas en que yo descubría su obra. Cuando falleció en 1989 publiqué en el diario “Menorca” un artículo laudatorio que apenas recuerdo. 23 años ya, como quien dice. Pero la vida ha continuado y allá, en el viejo Tomelloso que Pavón nos hizo imaginar, los jubilados del lugar aprenden a bailar country en el Casino los sábados por la noche. Fumando impasible en algún rincón oscuro, el fantasma de Plinio vela por todos ellos. Por todos nosotros.
1 comentario:
Menorca no se queda atrás de otras islas en misterios, enigmas, e hijos peculiares... creo que el fenómeno insular es común a muchos enclaves.
Publicar un comentario