Por mucho que digan manuales y enciclopedias, hay libros sobrevalorados en exceso (como me ha parecido siempre “El guardián
entre el centeno”), y los hay que simplemente envejecen mal, que se caducan por
dentro pese a su atractivo envoltorio. Pongamos un caso de esto último: “Tres
tristes tigres”, la novela más importante de Guillermo Cabrera Infante. Publicada
en 1967 y avalada con el premio Biblioteca Breve de 1964, hay que insertarla
correctamente en su época para poder valorar su apuesta de innovación estilística
y formal en el momento de tanteo experimental por el que pasaban las letras
castellanas. Leída hoy, en cambio, a uno se le cae de las manos. Un artefacto
literario de 450 páginas para apenas contar nada, únicamente testimoniar la
Cuba de Batista y la jerga dialectal de la isla, haciendo gala en todo momento de
una insoportable arrogancia pseudo-intelectual que tira para atrás y lastra
constantemente la fluidez narrativa. El visible esfuerzo por resultar siempre
ingenioso, los múltiples juegos de palabras hasta el hartazgo, los continuos
meandros argumentales y los muchos fragmentos francamente soporíferos hacen de esta
novela una lectura empañada, indigesta, pesada como un saco de piedras (aunque
éstas sean preciosas). Carece de la grandeza narrativa de un Sábato, por
ejemplo, de un García Márquez o un Donoso, e incluso de un Carpentier (cuyo
estilo barroco Cabrera Infante satiriza en la novela). Es una obra básicamente
lexicográfica, con pocos momentos para el vuelo de la imaginación, de una incontinencia
verbal que al final acaba matando el interés del lector.
De la ola
experimentalista de finales de los 60 apenas nada ha quedado en nuestra lengua.
Tuvo que aparecer en escena Eduardo Mendoza con “La verdad sobre el caso
Savolta” (1975) para reivindicar de nuevo el viejo placer de contar una
historia y contarla bien, de forma amena pero sin dejar de lado una clara y
brillante voluntad artística. Después de todo, la literatura consiste en contar,
en inventar, en recrear. En la novela más conocida de Cabrera Infante hay mucho
ingenio y pocas nueces. O por decirlo usando un título posterior suyo, es “puro
humo”.
4 comentarios:
Bastante de acuerdo. Cabrera Infante es mucho mejor en los textos cortos y Tres tristes tigres hay que leerlo así, como una deslumbrante sucesión de gemas.
Cierto. El libro tiene momentos brillantes pero para mí el conjunto se ve a ojos de hoy deslucido.
Gracias por la des-recomendacion. Tambien son importantes.
Luis
Gracias a ti, Luis, por pasarte por aquí.
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