Contrariamente a lo que pudiera parecer, la atracción del premio literario
no es algo actual. Ya en 1900, el por entonces famoso concurso de cuentos de El Liberal de Madrid atrajo a 667
concursantes. El premio no era moco de pavo para la época (500 pesetas). Y ya
entonces se le dio el galardón a un escritor y periodista en boga en esos años,
José Nogales, autor de tercera que el tiempo se encargó de borrar, seguramente
con toda justicia. El segundo premio, como hoy los finalistas de algunos certámenes
famosos, fue a parar a otra personalidad literaria del momento, doña Emilia de
Pardo Bazán. Entre aquellos 667 concursantes, de la mayoría de los cuales jamás
sabremos, había un joven autor extravagante al que dejaron al pairo, un tal Ramón
del Valle Inclán. Baste el ejemplo para comprobar la ya vieja y discutida fiabilidad de los premios.
La socarrona pluma
de Clarín se regodeaba en uno de sus “paliques” ante tamaña participación en el
certamen de El Liberal: “Pasma la
fecundidad de nuestro pueblo para inventar mentiras”. Cada año recuerdo esta
frase cuando veo la alta participación que obtiene el premio de los premios: el
Planeta. 500 obras presentadas. Quinientos autores, quinientas ilusiones,
quinientas botellas a un mar proceloso, ¿quinientos ingenuos? De todo hay.
No deja de resultar
como mínimo curioso que el mejor dotado de los galardones literarios españoles congregue
anualmente este alud de obras postulándose al éxito, máximo teniendo en cuenta
que también es uno de los premios menos fiable del panorama. El Planeta no ha
premiado a ningún autor desconocido u incipiente desde los primeros 70, y sólo
ha arriesgado rara vez con algún que otro finalista y con algún joven autor que
venía precedido por alguna obra exitosa (casos como el de De Prada o Espido
Freire, de los que en ningún caso fueron los descubridores iniciales). Aún así,
el Planeta y su suculenta bolsa no han perdido su poder de convocatoria. Ni un ápice.
Es hasta cierto
punto comprensible que un autor de los llamados “consagrados” busque en el
Planeta un retiro dorado (más incluso que el prestigio literario, ya muy
cuestionado). Con el dinero de este premio, un escritor puede dejar los
malabarismos garbanceros propios del gremio y dedicarse a su obra con la
tranquilidad necesaria. A priori esto no debe parecernos mal, pues no se me
antoja más obsceno dar 600.000 euros a una novela que millones a un tipo que
corre tras un balón. Pero, ¿se premia siempre la mejor obra recibida o se
premia al nombre famoso? Gran pregunta esta, en parte respondida ya en una
ocasión por el viejo y astuto Lara: “si yo convoco un premio de pintura y se me
presenta un Picasso, ¿a quién doy el premio?” A buen entendedor…
El Planeta, justo es
decirlo, lleva años sin aportar nada realmente importante, nuevo o rompedor a
la literatura española. Ni tan siquiera autores de toda solvencia e
incuestionable talento como Marsé, Mendoza o el propio Cela ganaron con ninguna
de sus mejores obras. En efecto, el caso se nos parece demasiado a aquella
añosa convocatoria de El Liberal de
hace un siglo, capaz de no discernir la calidad de un Valle Inclán en ciernes para
ofrecer el premio al autor renombrado de turno. Pero luego llega el tiempo,
implacable jurado, y ya sabemos cómo las gasta.
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