Dos palabras vendrían a
definir la primera novela del hasta ahora celebrado autor de cuentos Carlos
Castán: introspección y grisura. Introspección porque la mayoría de la novela
el protagonista se la pasa hablando consigo mismo. Apenas hay diálogo y el
personaje no interactúa con casi nadie, reducido a una supervivencia agónica y
solitaria. De ahí mismo, de esa falta de atributos, parte el sin duda premeditado
tono gris de la novela al hacernos partícipes de la existencia de un tipo casi
al borde de la depresión, recién separado, con una vida anodina y
desesperanzada, vacía y carente de cualquier motivación que no sea ir pasando
como una sombra. Jacobo, su único amigo y uno de sus escasos contactos con el
exterior, y con una situación personal parecida a la suya, es repentinamente
asesinado en su casa en circunstancias extrañas. A partir de aquí todo se
precipita cuesta abajo, y la aparición de una misteriosa mujer proveniente del
pasado del amigo obra de detonante.
La mala
luz
Carlos
Castán
Destino, 232 pág |
Únicamente la prosa incisiva
y detallista de Castán puede ir demorándose en los detalles más nimios o
atender a la presencia casi invisible de los objetos más cotidianos que nos
envuelven para retratar a través de ellos el desvalimiento humano y las
contradicciones que lo acompañan. Pero lejos de incurrir en el simple trazo behaviorista,
el autor refugia al protagonista en sus recuerdos y le hace abandonar su
caverna vital, no sin esfuerzo, para lanzarlo
a indagar sobre la muerte de Jacobo.
Historia de seres solitarios,
diezmados por una realidad que les repele y por una incapacidad casi crónica
para la felicidad, La mala luz es
también un grito de angustia en mitad del desierto urbano, una búsqueda de
redención imposible en una existencia que ha perdido sus alicientes básicos
para agarrarse a la vida. Carlos Castán,
siempre espléndido narrador, logra construir una asfixiante atmósfera cerrada
donde el hastío y la derrota se palpan, y en la que lentamente se cierne la
oscuridad del sinsentido.
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