Torres
se ha tomado casi tres años en publicar su nueva novela, Todos los buenos soldados, y eso se nota en el resultado: todo
músculo y nada de grasa. Músculo tenso, pura fibra verbal, otro nuevo pulso
ganado a la prosa anoréxica y como desmayada de tantos narradores de hoy. El
madrileño ha montado una historia potentísima sobre la olvidada guerra de Ifni
y, para no ir con medias tintas, ha incluido en ella a un personaje tan real
como inesperado: el gran Miguel Gila. El cómico estuvo allí, amenizando a las
tropas sitiadas, en la Navidad de 1957, hablando por un teléfono tras el que no
había nadie, casi como una metáfora del desamparo de aquellos combatientes que,
pésimamente aprovisionados, habían sido mandados a defender un pedazo de erial
pedregoso. La novela podría funcionar igualmente sin la presencia de Gila, pero
a Torres le gustan los retos y logra lo que a priori parecería imposible: elevar
al risible artista a la altura de héroe involuntario.
Todos los buenos soldados
David Torres
Planeta, 272 Pág.
|
Todos los buenos soldados me ha hecho
recordar otras dos novelas de ambiente castrense: La hija del coronel de Martín Casariego, situada en Melilla, y la
más reciente y espléndida El tiempo de
los emperadores extraños de Ignacio del Valle, que transcurre en el frente
de Leningrado. La diferencia entre éstas y la novela de Torres es el personal tratamiento
que el autor madrileño hace del humor, un humor acibarado capaz de pasar a la
tragedia en pocas páginas, tal cual la vida misma. Sus personajes no sólo son
creíbles, llenos de dobleces y heridas, sino que cobran aún más autenticidad en
los brillantes diálogos, punto en el cual David Torres es un maestro absoluto.
El militar es un
submundo en sí mismo, capaz de resumir lo mejor y lo peor del hombre. En ese
mundo particular conviven desde el descreído Comandante Ochoa, héroe de la Guerra Civil, al
despreciable y rudo sargento Armendáriz, modelo del legionario deshumanizado; del
veterano de guerra Gordon, desertor americano que encontró en las playas de
Ifni su paraíso, a Alonso, un romántico Alférez sin vocación; del Teniente
Esnaola, que ha de resolver el asesinato de dos militares y que sueña con un
traslado a la capital, a la
pobre Adela, la única mujer de esta historia, espejo del
sinsentido y la miseria humana. Todos ellos deambulan como incipientes
fantasmas por un decorado de derrota colonial, de arena y silencio, donde
bullen aún las viejas afrentas y laten la venganza y el ajuste de cuentas con
el pasado. Y de entre ellos, sólo Gila parece ser el único capaz de convertir
la amargura en risa, en humor absurdo, en bofetada a la realidad.
Todos los buenos soldados es una magnífica
novela sobre la podredumbre del alma humana, escrita con la pulcritud y el
temple de un narrador de primera. Un libro que no se deben perder.
No hay comentarios:
Publicar un comentario