Del mismo modo que una gran
adaptación cinematográfica puede inmortalizar a un mal libro, una magnífica
película puede soterrar para siempre la excelente novela en que se ha basado.
Algo parecido le ocurrió a “The lost Weekend” (1944), la primera obra de
Charles R. Jackson (1903-1968), un hasta entonces anodino escritor americano
que logró el mayor éxito de su carrera al vender los derechos de su novela a la Paramount Pictures
en 1945 para que el gran Billy Wilder la convirtiera en un clásico del cine con
el título de “Días sin huella”, que acaparó 4 Oscars, grabó para siempre en
nuestra retina cinéfila la triste historia de un escritor alcohólico y, de
paso, sepultó prácticamente aquella novela y el nombre de su autor.
Días sin huella
Charles R. Jackson
Alianza Editorial, 319 Pág |
Ahora la reciente reedición
en bolsillo de la obra nos ofrece la posibilidad de leer la historia original,
que incluye no pocos momentos excluidos de la película (por ejemplo, las
veladas alusiones a los escarceos homosexuales del protagonista), así como un
final lejos de la esperanzadora conclusión que Wilder nos filmó mostrándonos al
escritor Don Birnam reestablecido, sentado frente a su máquina y dispuesto a
contar su naufragio y posterior rescate del proceloso mar del alcohol.
Jackson, hombre
enfermizo, de sexualidad confusa, antiguo tuberculoso, adicto a sedantes y con
problemas de alcohol desde muy joven, se desdobló en la imagen de Birnam para
retratarse a sí mismo. Más allá de la terrible travesía del desierto de un
borracho a lo largo de un fin de semana etílico, lo que le salió a Jackson en
“Días sin huella” fue una confesión de sus propios fantasmas, una mirada fría y
dramática de la propia zozobra destructiva que le arrastraba y contra la que
luchó con altibajos a lo largo de su vida, hasta su suicidio por ingestión de
barbitúricos en 1968. El autor, con esa rara lucidez que da la embriaguez,
vaticinaba con 24 años de adelanto su propio fin, añadiendo a esta novela
germinal cinco obras más completamente olvidadas.
Narrada en tercera
persona pero adquiriendo a ratos una especie de voz de conciencia en segunda,
asistimos al descenso sin frenos de un hombre derrotado, agarrado al bolardo de
una botella para acallar las voces que le gritan desde el interior, voces que
parecen echarle en cara no sólo su incapacidad para ponerse en pie, no
únicamente la dependencia que tiene de su hermano y de su sacrificada novia,
sino también el recuerdo de un viejo escándalo homoerótico sucedido en sus años
de universidad y que, de algún modo, marcó un punto de inflexión en su vida.
Ray Milland en "The lost weekend" (1944) |
Jackson,
que conocía el drama de primera mano, cartografía con precisión agobiante los
escollos, arrecifes y hondos precipicios del alma humana, prescindiendo de
cualquier tono moralizador o condescendiente para limitarse a mostrar con
asepsia casi médica las consecuencias de una voluntad anulada y anestesiada
hasta el borde mismo del colapso. Lo que queda tras la accidentada excursión de
Don Birnam por bares y licorerías es desolador y se parece bastante a las
caspicias que el mar deja sobre la arena después de una tempestad, sólo que
esta vez el sol se demora en salir.
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