No eran en absoluto
desdeñables las credenciales que Muñoz Rengel (Málaga, 1974) sostenía hasta
hace poco. Cuentista y antólogo, contaba con algunos de los premios más
prestigiosos del género corto y se había ganado ya un puesto destacado entre
los autores de cuento de su generación. Pero el mundo subterráneo del relato, y
más en este país que tiene por norma general desdeñarlo, tarde o temprano tenía
que quedársele estrecho a un narrador de su fuste que, además, lejos de
inútiles categorías, es ante todo escritor. Por eso la aparición de su primera
novela se nos antoja un hecho natural y hasta incluso demorado en exceso, tal
es el capricho que rige el panorama editorial español, dado a los
encasillamientos.
“El asesino
hipocondríaco” ha sido saludada en algunos medios como una novela negra, cuando
en realidad se trata más bien de una comedia negra, ácida y repleta de sutil
humor. De entrada, no cabe mayor despropósito que un asesino profesional
aquejado por todos los males imaginarios, incluidos los imposibles, un tipo
cuyo oficio es matar pero que se pasa el día intentando no morirse. Lo que en
otro autor menos dotado podría quedarse en una mera ocurrencia chistosa, a
Rengel le sirve de argamasa para construir el pilar básico que sostiene la
novela: la creación de un poderoso, sugestivo, divertidísimo personaje
literario, el señor Y. Un personaje, en efecto, que mueve a la compasión y
hasta a la ternura, un solitario que se cree tocado por la mala fortuna y que se
incluye a sí mismo en una lista de famosos hipocondríacos (Poe, Voltaire, Kant,
Proust…), como si sólo estos pudieran ser sus únicos amigos.
¿El señor Y.? |
Muñoz Rengel ha logrado,
por tanto, un verdadero antihéroe quijotesco, uno de esos protagonistas del que
resulta muy difícil que un autor se desprenda, por lo que cabría preguntarse si
quizá el señor Y se asomará de nuevo en alguna página futura. Sea como sea,
esta novela no hace sino confirmar la calidad y el talento de Rengel como
narrador y nos permite avizorar una trayectoria, la suya, llena de interesantes
argumentos, generosa imaginación y buena prosa.
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