Hay
libros que uno preferiría no tener que comentar, arrastrado por la estúpida
vanidad que nos hace creer que el mero hecho de no hacerlo sería sinónimo de
que éste no existe y, por tanto, de que lo narrado no ocurrió jamás. Sin
embargo Sergio del Molino (Madrid, 1979) no sólo ha necesitado dejar constancia
de que sí sucedió, sino que ha buscado en la escritura hallar la palabra
imposible que viniese a definir el estado de los padres que pierden a un hijo.
Pero no hay en nuestro idioma ningún vocablo que pueda dar nombre a una pérdida
tan terrible. Se puede ser huérfano o viudo, ¿pero en qué se convierten unos
padres a los que se les muere un niño pequeño? Nada, ni tan sólo el lenguaje cotidiano
parece atreverse a darle una denominación.
La hora violeta
Sergio del Molino
Mondadori, 208 pág |
Del
Molino, formado como periodista y residente desde hace tiempo en Zaragoza, ha
conjurado las palabras de las que disponía para, al menos, explicarse su dolor,
su enorme vacío, su injusto papel de padre incompleto. Sin embargo, y aunque el
referente sea inevitable, este libro repleto de lucidez y admirable temperancia,
no se parece demasiado al “Mortal y rosa” de Umbral, una obra básicamente
literaria, de un lirismo descarnado, donde la supuración de la pérdida se hace
presente en la metáfora más que en la mera narración de los hechos.
“La hora violeta”,
esa hora de los temidos asuetos que evoca el verso de Eliot, es casi un diario
sin fechas del calvario que supone vivir la leucemia de Pablo, un niño de
apenas un año. También la constatación de las cosas que al autor le pasan por
la cabeza, de los refugios mentales que busca desesperadamente, porque el libro
se empeña en no ser una mera acumulación lamentosa de hechos, de descripciones
abominables e invocaciones agónicas, sino fragmentos de reflexión en medio del
absurdo, en mitad de la oscuridad, en el lugar inhóspito que los viejos mapas
medievales señalaban con la leyenda de “A partir de aquí, monstruos”.
Este
libro resulta terrible, y al mismo tiempo está lleno de luz, de ternura y de
belleza, de guiños de humor y de esperanza. Con él Del Molino no sólo pasa a
ser seguramente un escritor muy distinto del que fue hasta ahora, sino que logra
algo que parece imposible: recuperar al hijo a través del dolor, hacerlo
presente en cada punzada y en cada ausencia como si nunca se hubiera marchado.
Y en el fondo así es, porque desde las páginas de este magnífico libro una
parte del pequeño Pablo se queda para siempre junto a todos nosotros, mortal y
violeta.
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