En 1995 un joven y aún desconocido
Román Piña Valls (Mallorca, 1966) publicaba una plaquette llamada “Gomila Park” con algunos poemas juveniles que inauguraban
una trayectoria literaria compuesta hasta ahora por una docena larga de obras
repartidas en novelas, libros de relatos, de artículos y de viajes, que de algún
modo le han situado en un lugar preferente en la renovación del humor literario
español. Sin embargo Piña, hombre polifacético (profesor, editor, columnista,
director de la revista literaria La Bolsa
de pipas, músico ocasional y últimamente hasta dibujante de viñetas) no se ha
prodigado en demasía como poeta. Hasta el 2002 no apareció otra entrega de sus
versos (Café con amazonas), donde rescataba poemas de juventud y otros nuevos en
los que exponía su facilidad para el juego, para lo lúdico y lo satírico, con
un fino toque de erotismo.
Los trofeos efímeros
Román Piña Valls
Sloper, 2014, 84 pág.
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Por fin, doce años después, Piña publica un nuevo poemario, “Los
trofeos efímeros”, que no sólo representa su retorno poético sino también la
constatación de una madurez lírica absolutamente incontestable, donde el
ingenio marca de la casa encuentra su cauce en un ejercicio de introspección
mucho más acusado, que aparta a un lado (aunque no muy lejos) el humor y hasta
lo frívolo para destilar una amargura reposada y lúcida, donde parece alternarse
la duda de “si descargar granizo o
abrumarnos/con la vanguardia de la primavera”.
Igual que un cleptómano lírico, Román se vale de objetos
aparentemente inverosímiles (la bufanda de Bolaño, las bragas de Liv Tyler, el
puro de Groucho, el bañador de Tadzio, la lata de pepinillos de Szpilman, el
acordeón de Julieta Venegas) para hablarnos de sus propios miedos (“…nos estamos muriendo desde el útero”),
de sus obsesiones (“La belleza perfecta
no permite el pecado”), y también de la importancia de los detalles.
Si hablar de los demás siempre es hablar de uno
mismo, Piña ha logrado en estos versos levantar no sólo su particular homenaje
a un puñado de personas, conocidas y desconocidas, que de algún modo le han
marcado, sino también mostrarnos la fina piel del oso. Este es, sin duda, el
mejor libro de poemas que ha escrito el prolífico autor mallorquín hasta la
fecha, un brillante paso adelante que no debería caer en saco roto.
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