La recuperación tardía de las obras de Joseph Roth, y quizás el oportuno
Nobel de 2002 otorgado a Imre Kertész, puso de evidencia no sólo el poco y
parcial conocimiento que se tenía de la literatura húngara del último siglo,
sino también de muchos autores centroeuropeos esenciales del XX. Por supuesto,
en nuestro país la existencia de títulos disponibles era casi nula, puesto que
las traducciones no empezaron a gotear hasta entrados los años 90. En lo que a
la literatura húngara respecta, ésta fue ampliamente perjudicada por la unión a
base de esparadrapo que supuso en viejo imperio austrohúngaro y, igual que sus
países vecinos, por las consabidas purgas comunistas que no ayudaron a difundir
las obras, mayormente prohibidas, de sus principales escritores, muchos de los
cuales fueron sistemáticamente silenciados y conocieron exilio y desarraigo. La
recuperación de este legado trajo consigo descubrimientos valiosísimos para la
historia literaria europea, y en el caso de Hungría los libros de Magda Szabó,
Agota Kristof o Sándor Marái comenzaron a circular en todos los idiomas con el
parabién unánime de la crítica.
El
último encuentro
Sándor
Márai
Salamandra,
175 pág.
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Márai, nacido en una pequeña
localidad que hoy forma parte de Eslovaquia, escribía en húngaro pese a su
dominio absoluto del alemán, y en realidad gozó de gran fama en la década de
los años 30 y hasta la llegada del estalinismo, que se encargó de apagar su
estrella y obligarle a marchar. Sus libros dejaron de editarse y cayó en un
olvido profundo durante décadas. Sólo el fin del régimen lo desempolvó y volvió
a situarle en el lugar de honor que le correspondía, suponiendo un verdadero
acontecimiento literario en la mayoría de países donde se tradujo. El autor,
sin embargo, no regresó nunca a su país y se suicidó en 1989 en EEUU, donde se
había nacionalizado, apenas unos meses antes de la caída del muro de Berlín.
Este hecho luctuoso propició la reivindicación masiva de su obra y Márai pasó a
ser considerado uno de los novelistas europeos más importantes del siglo XX.
Su obra más famosa (éxito en
Francia, Italia, e incluso en España en 1999) es “El último encuentro”, editada
en 1942, la historia de dos viejos amigos que se reúnen de nuevo después de 41
años separados. Ambos han llevado existencias muy distintas, uno de ellos en
Oriente y otro encerrado en su castillo del bosque, donde tiene lugar el
reencuentro. Pese a su dilatada amistad, desde el principio planea sobre ellos
la tácita complicidad de un hecho oscuro que en el pasado cambió la vida de ambos
para siempre. La traición y la venganza, largamente esperada por parte de uno
de ellos, irán asomando con lentitud en un combate de rememoraciones y reproches
que envenenarán el encuentro.
Con una prosa tendente a los
circunloquios, espesa y en ocasiones aún deudora de un estilo decimonónico (no
en vano Márai había nacido con el siglo), pero perfectamente trazada y
ejecutada, la novela se desliza a través de largos monólogos y constantes
disquisiciones que, sin embargo, no empañan la atractiva sensación de estar
andando sobre un peligroso lago helado. El final de una época suntuosa y la
extinción de una burguesía anclada todavía en un nostálgico pasado subyacen en
cada página como un responso por el finito imperio, mientras la mentira, el desengaño
y la infamia van sustituyendo los viejos códigos del honor y la camaradería.
Con la parsimonia de un halcón sobre su presa, sin
precipitaciones ni vacilaciones, Márai acaba trazando un dibujo gris de la
decadencia física y moral de la
vieja Europa posterior a la segunda Gran Guerra,
un escenario ocupado por los fantasmas del ayer y la más honda
desesperanza.
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