Si aceptamos que el horror
exclamado por Kurtz es aquel que cada uno lleva dentro y si el aviso de Camus
de que ya no quedan islas induce a pensar que las más recónditas geografías se
hallan en el interior del ser humano, entonces tendremos la ecuación de esta
novela. Una historia, dicho sea de paso, que hace reencontrarnos con aquellas
aventuras clásicas de travesías marítimas y destinos inhóspitos. De todo eso
hay en Polaris, pero sobre todo hay
culpa, miedo, huida y búsqueda de redención. Fernando Clemot, narrador poderoso
y alejado de las blandas corrientes argumentales y formales que hoy parecen el
magro pan nuestro de cada día, ha sabido reducir a las dimensiones de un barco
las miserias y las pocas bondades que afloran en todo grupo humano condenado a
convivir, describiendo a la perfección las rencillas, la incomunicación, las
frustraciones y las débiles esperanzas de unos seres cargados de traumas y
soledades que, alejados de la civilización, se han encontrado con algo peor:
con ellos mismos.
Polaris
Fernando
Clemot
Salto de Página, 187 pág.
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El
Eridanus es un vetusto barco de
prospecciones anclado en la lejana y desértica isla de Jan Mayen, en el Océano
Ártico. Después de una serie de graves sucesos a bordo, dos oscuros
representantes de la compañía para la que trabajan se erigirán en jueces y
verdugos en un afán discutible por esclarecer, a través de unos interrogatorios
propios de un régimen policial, lo sucedido. La novela se desarrolla a través
del testimonio embarullado del doctor Christian, el médico del barco, un hombre
psicológicamente agotado y físicamente enfermo, temeroso, inestable y con
heridas del pasado aún supurando. Sin duda uno de los grandes aciertos de la
novela radica en la minuciosa construcción de este personaje, contradictorio y
casi entrañable en su fragilidad, para lo cual Clemot ha desplegado todos sus
amplios recursos de narrador. A través de su relato, casi un monólogo sólo
interrumpido por las preguntas de sus interrogadores, el doctor Christian da
cuenta de su propia vida, de su traumática experiencia bélica y de sus viajes
anteriores, dejando al descubierto debilidades y zozobras de una dolorosa
humanidad.
Se
ha citado, aquí y en otras partes, la influencia de la ineludible novela de
Conrad El corazón de las tinieblas,
quizá no tanto por la afinidad marítima de la historia como por la indagación
que Clemot hace del funcionamiento de los mecanismos del poder. También
podríamos citar, sin embargo, la única novela de Poe, ese viaje de Arthur
Gordon Pym hacia un horror que el de Boston dejó aparentemente inacabado como
para hacer hincapié en el hecho de que lo terrible es indescriptible. Tampoco
Clemot nos cuenta del todo el final del doctor Christian, cuyo desenlace
habremos de imaginar o intuir, enteleridos (y no sólo de frío).
Y, en fin, ahora es cuando uno debe
escribir aquella tontada de “estamos ante una estupenda novela de género”. Pero
no: Polaris es una magnífica novela,
sin géneros que valgan. Una novela de las de antes, de las siempre.
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