Mario Verdaguer, autor olvidado |
Noticia del olvido
El 13 de junio de 2010 se cumplieron, en medio de un previsible silencio, 125 años del nacimiento de Mario Verdaguer, el mayor prosista menorquín en lengua castellana hasta el día de hoy. Dudo mucho de que el ciudadano de a pie sepa quién fue el personaje que vio la luz en el número 52 (hoy 62) de la mahonesa calle de Isabel II en 1885. Mientras los fastos de su pariente Jacinto Verdaguer aún retumban, la memoria de Mario duerme entre las sombras de un inmerecido olvido. Y lo que es aún más triste, gran parte de este silencio nace en su propia tierra, en la probada desidia de las instituciones locales encargadas teóricamente de velar por la cultura y por el recuerdo de aquellos isleños destacados que dedicaron su vida al arte. Una política cultural ésta ya por desgracia demasiado habitual en las islas, donde la memoria colectiva brilla por su ausencia y la apuesta (honesta pero inaceptablemente única) por la hegemonía de una cultura catalana ha desterrado al silencio a aquellos que cometieron el pecado de construir su obra en castellano. Porque, digámoslo de una vez, Mario Verdaguer era un menorquín que escribía en castellano, como Valle-Inclán fue un gallego que escribió en la lengua de Cervantes y resulta difícil hallar unas páginas donde la esencia galaica esté más presente. Lo mismo sucede en “Piedras y viento” (1927), la gran novela que nuestro paisano dedicó a Menorca y que supone el más certero y evocador ejercicio literario que sobre la isla y su idiosincrasia se ha escrito.
Un poco de vida
Mario Verdaguer pasó poco tiempo en su Mahón natal, ya que la familia, aficionada al peregrinaje, pasó en pocos años por Segovia, Logroño, Tarragona, y finalmente Barcelona. En 1893 el padre, Magín Verdaguer, obtiene la cátedra de Retórica del Instituto de Baleares, en Palma de Mallorca, hacia donde partirán, y donde nuestro escritor pasará su juventud. En esta ciudad nacería su hermano Joaquín, asimismo destacado escritor (este sí en lengua catalana), autor de un impagable cuento lleno de humor e ironía, “Al caire de la vida”, como de un libro sobre la vida del Dr. Guardia, “Un menorquí indòmit”.
En 1902 Mario se traslada a Barcelona para cursar Derecho, carrera elegida por el padre y que él, impregnado ya por el maleficio de las letras, aborrece. Finalmente, a trancas y barrancas, se licencia en 1914 tras un abandono de cuatro años. En 1904 aparece su primer artículo en el diario La Almudaina y en 1908 publica sus dos primeros libros, el poemario “En el Angelus de la tarde” y la novela corta “La venus llora”, ambas de marcado acento modernista y consideradas posteriormente por su autor “pecados de juventud”. En 1910 obtiene su primer premio literario en los Juegos Florales de Palma con dos poemas.
La obra de Verdaguer no es moco de pavo: tres guiones cinematográficos, diez obras de teatro, trece novelas, dos libros de cuentos, dieciséis traducciones, tres libros de poemas, cuatro de misceláneas, tres biografías noveladas y dos libros de recuerdos. A ello debería añadirse su importante labor periodística (especialmente como crítico literario) en rotativas tan importantes como La Vanguardia, donde acabó fijo en 1920 con un sueldo de 220 pts al mes. Esto unido a su puesto paralelo como director de la Agencia de Noticias Radio (1918-1928) y la aparición de su primera gran novela, “La isla de oro” (1926) le llevan al umbral de la fama. Así mismo es director literario de la editorial Lux y en 1935 le nombran director de Internacional en La Vanguardia. En 1927 es nombrado director de la revista Mundo Ibérico, por cuyas páginas aparecen Gómez de la Serna, Cansino Assens, Benjamín Jarnés, López-Picó, etc. Nuestro autor se ha convertido, por tanto, en un hombre que vive por y para las letras, y es ya ampliamente conocido y valorado en el mundo literario peninsular. Pero su prestigio va más allá y sus libros reciben elogiosas críticas en Roma, París, Moscú, La habana o México. Todo este hermoso panorama acabará para él cuando estalle la guerra del 36. El mismísimo Antonio Machado le recomienda el exilio pero Verdaguer, tranquilo con su conciencia, se queda. Es encarcelado y pasa por diversas prisiones, hasta acabar en Montjuic. Tras unos meses de cautiverio, que relata en su novela corta “Contraluz” (1954) es puesto en libertad. Harto del ambiente violento de Barcelona el escritor decide retirarse a Palma en 1940. La tragedia de la guerra, la falta de amigos y las pesimistas perspectivas laborales tras años de éxito y bonanza le sumieron en un periodo negro, un periodo que, como para tantos otros intelectuales, supuso un handicap para el reconocimiento de su obra y un paulatino abocamiento hacia el olvido que dura hasta hoy. Verdaguer sobrevivió como empleado en una compañía de seguros de Palma hasta su jubilación en 1958, triste fin para un hombre de su talento y condiciones. Durante estos años tuvo dificultades para publicar sus obras, se dedicó a la traducción, y hasta finales de los 50 no logra que nuevamente una editorial importante, la barcelonesa Barna, edite alguno de sus libros: “Medio siglo de vida íntima barcelonesa” (1957) y “Un verano en Mallorca” (novela, 1959). Pero el gran momento de Verdaguer ha pasado, su prestigio de los años 20 y 30 no puede recuperarse ya (pese a que se traduce “La isla de oro” al francés). Por nostalgia, y como último intento, regresa a vivir a Barcelona en 1958. Se agrava el Parkinson que sufre y está casi ciego, aunque recupera la visión tras ser operado en 1961. En su amada La Vanguardia publica un artículo sobre esta experiencia que le reporta su último triunfo literario, un segundo premio en un concurso organizado por la “Cruzada de protección Ocular”. Sus últimos años son tristes, sólo endulzados por algún homenaje a cargo de amigos, como el que recibe en el Ateneo de Mahón en 1960, o en 1962 al ser nombrado Hijo Ilustre de la ciudad. Fallece en Barcelona el 7 de noviembre de 1963.
La obra
Verdaguer siempre ha sido considerado un autor vanguardista, de esa vanguardia efímera de entreguerras que acabó abruptamente en 1936, proveniente en gran parte del Novecentismo, claramente europeísta, rupturista y original. Con la excepción de Ramón Gómez de la Serna, esta hornada de prosistas de vanguardia ha sido a menudo perjudicialmente eclipsada por la brillante generación poética del 27. El gris panorama narrativo de posguerra, y el retorno a posturas y corrientes conservadoras, no ayudó tampoco a revalorizarlos.
El profesor López Antuñano, en una esclarecedora introducción al tomo de cuentos de Verdaguer editado por la editorial mallorquina Bitzoc en 1992, se complace en dividir la obra del autor mahonés en tres grandes periodos. Primeramente el que denomina “Modernista” (1908-1920), con obras de escaso interés; un segundo llamado “Intelectual-Vanguardista” (1924-34), que alberga sus mejores obras: “La isla de oro” (alabada por Azorín), “Piedras y viento”, “El marido, la mujer y la sombra” o “Un intelectual y su carcoma” (1934, considerada su obra maestra y reeditada al menos en cuatro ocasiones por Editorial Planeta en los sesenta); finalmente cerraría el ciclo el periodo “Memorialista” (1945-63), donde se aparta del tono intelectual, el estilo se empobrece y hay una mayor preocupación social y política, así como el peso del recuerdo, en novelas y libros diversos como “El camino de todos”, “Un verano en Mallorca”, “Maravilloso laberinto”, etc.
Retorno al olvido
¿Qué ha sido de esta ingente obra? ¿Dónde podemos encontrar sus libros?
Hace casi dos décadas apareció una voluntariosa y del todo insuficiente traducción catalana de “Piedras y viento”, que apenas circuló fuera de la isla, y en 1992 la excelente edición ya citada de Bitzoc. Finalmente, en 2008 se reeditó en tirada limitada a cargo de la Universidad de las Illes Balears su libro "Medio siglo de memoria íntima barcelonesa". Desde entonces nada, el mutismo más absoluto. Hace unos años leí que el Govern Balear participaba junto a la Generalitat y el Institut d’Estudis Catalans en la magna edición de las Obras Completas de Pompeu Fabra. Loable iniciativa, sin duda, que choca en cambio con el total desamparo institucional en que se ven grandes autores isleños como el propio Verdaguer, digno merecedor también de unas Obras Completas. No es el único, la lista sería larga. Dado los tiempos poco propicios que corren, es evidente que esa necesaria recuperación deberá seguir esperando.
No obstante hay motivos para la esperanza. Verdaguer vuelve, de tarde en tarde, a asomarse a los suplementos culturales nacionales. No hace mucho tiempo, con motivo de la reedición en bolsillo de “La montaña mágica” de Thomas Mann (cuya traducción, aún en uso y considerada la mejor, se debe a nuestro paisano), el prestigioso crítico ya fallecido Rafael Conte se hacía eco en las páginas de El País de la labor traductora y literaria del “injustamente olvidado Mario Verdaguer”. Y es que aún les queda a los menorquines, gracias a sus ineficaces instituciones culturales, pasar la vergüenza de que sean otros, quizá con iniciativas privadas, los que tarde o temprano rescaten la memoria de nuestro autor.
5 comentarios:
Bravo Diego, vas por buen camino.
Hasta el día de hoy no conocía al "otro Verdaguer".
También pienso que, la literatura no entiende de lenguas y cada escritor debe de escribir con el idioma que mejor se desenvuelva.
maravilloso tu escrito te dejo una flor en el umbral de tu blog
Raul: un placer verte por el café. Bienvenido. En efecto, la lengua nos elige, no nosotros a ella. Pero eso no significa hacer de ellas una bandera ni un muro, sino un puente.
Recomenzar: gracias por tus amables palabras y por esa bella flor.
Muchas gracias por su comentario!
Dom Mario: muchas gracias.
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