Quizá con demasiada frecuencia el
cuento suele definirse en términos meramente cuantitativos, de modo que a
cualquier breve fragmento narrativo se le atribuya la denominación errónea de
“cuento”. Por este motivo el que suscribe debe ponerle un serio reparo a la
afirmación de “Doce cuentos Iberoamericanos” que aparece en la portada de este
libro, puesto que la mayoría de las obras recogidas en esta antología editada y
prologada por Jorge Carrión deberían ser consideradas como narrativa breve a
secas. Alguien podría pensar, no sin razón, que cuento y narrativa breve son
una misma cosa, ya que lo segundo no excluye lo primero y, en efecto, se suelen
confundir repetidamente. No obstante el cuento ha de gozar de una clara
intención de unidad y de un final cristalizador de esa unidad, por usar las
palabras del maestro Padrós de Palacios. La narración breve, en cambio, es un
texto corto que puede albergar desde el simple esbozo narrativo a la reflexión
íntima, desde el ejercicio descriptivo a la crónica de viaje o incluso el
reportaje periodístico. Y si bien es cierto que estas doce piezas tienen la
clara voluntad de narrar una historia, demasiadas de ellas no pasan de interesantes
borradores para obras de mayor envergadura, relatos en general poco resueltos que
se alejan de la perfección natural del cuento. La sensación que le queda a uno
la mayor parte de las veces es la de estar leyendo simples fragmentos o ejercicios
de narrativa. Y con ello no cuestiono el talento, más evidente en unos que en
otros, de los escritores antologados, pero escribir bien no basta para contar
una buena historia.
Emergencias. Doce cuentos
Iberoamericanos
VVAA. Candaya, 239 pàg.
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El único relato que ha logrado
perturbarme ha sido “Nuestra casa” del barcelonés Àlex Oliva, un auténtico
cuento por cuanto logra mantener la tensión a lo largo de la historia para
desembocarla en un final conciso y espeluznante que me ha recordado algunos de
los magníficos relatos del primer Martínez de Pisón. Hay otros textos interesantes,
por supuesto, como el de la joven ecuatoriana Mónica Ojeda y su “Duboc, el
director de escritores”, que por su originalidad argumental también resulta un
digno cuento. Asimismo, relatos como “La muerte os sienta genial” de Jari
Malta, “Durante el asedio” de Antonio Galimany, “Interrupción del servicio” de
Tomás Sánchez Bellocchio o “Gastón Tévez o la voluntad de marcharse” de Eduardo
Ruiz Sosa son historias muy bien escritas y de interesante peripecia, aunque
sus finales se malogran un poco por culpa de cierta precipitación. El resto de
las narraciones (firmadas por Ramón Bueno, Mariana Font, Carlos Gámez, Carolina
Bruck, Yannick García y Wilmar Cabrera), aún mostrando argumentos ambiciosos y
correcta prosa, no acaban de alzar el vuelo.
El cuento es un género complejo que
requiere el pulso de un relojero y la habilidad de un prestidigitador. En
muchos casos parte de un chispazo argumental cuyo desarrollo y cierre ha de
conformar un todo sin fisuras, redondo, que se agote o acabe en sí mismo. En
demasiadas ocasiones leemos historias cortas que se inician poderosamente para
acabar desembocando en un gatillazo narrativo no acorde a las expectativas que
nos había sugerido. Muchos novelistas de prestigio han intentado incursionar en
el género, con distinta suerte, y por ello me cuesta compartir la idea de
Carrión de que el cuento es “la zona de pruebas” del escritor. Cierto que da
soltura y oficio, como lo da el artículo de opinión, pero nunca debería verse
exclusivamente como “un gimnasio o laboratorio de futuras novelas”. Lo que
tenga que venir vendrá, en efecto, pero el cuento o se hace bien o es mejor no
tocarlo.
2 comentarios:
Estoy completamente de acuerdo. Hace tiempo ya que nos intentan vender una literatura de fast food y la llaman cuento o microrrelato u otras eufonías que no son sino síntoma del pánico al esfuerzo.
Cierto. Pensar que el cuento es algo así como un meritoriaje por el que hay que pasar para ser escritor es un error enorme y suele conllevar muy malos cuentistas.
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