Si de
las muchas cualidades de la literatura de Zweig hubiera que señalar sólo una,
sin duda esta sería el trazo psicológico tan certero que logra imprimir en sus personajes
a través de muy pocas páginas, especialmente (aunque no solo) en los femeninos.
Zweig fue, ante todo, un conocedor de almas, un rastreador de los abismos que
asolan al ser humano. Así lo demostró a lo largo de su extensa obra narrativa,
incluyendo sus incisivas biografías
históricas y sus ensayos. Como muy pocos (y pienso ahora en Chejov, por
ejemplo), Zweig poseía la capacidad de penetrar en el subconsciente humano para
mostrarnos al desnudo sus miedos, flaquezas y obsesiones. En este sentido, la
obra del autor vienés ha mantenido una actualidad y un interés sólo comparable
al que siguen suscitando Joseph Roth,
Kafka, Mann y otros muy pocos autores de su tiempo.
Amok. Stefan Zweig. Acantilado, 222 pág. |
Además
de sus conocidas novelas, Zweig dejó valiosas narraciones breves entre las que
sobresale siempre Amok. Historia de
una obsesión y de un delirio, Zweig pone en ella lo mejor de su talento para
ofrecernos una vez más un brillante ejemplo de la fragilidad (física y
psicológica) del hombre contemporáneo enfrentado a los riscos pedregosos de la
razón. El volumen publicado por Acantilado (¿quién si no?) y primorosamente
traducido por Joan Fontcuberta, se completa con otras seis sugestivas
narraciones: Historia de un ocaso, La
cruz, Un vago, La calle del claro de luna, Leporella y Episodio en el lago
Leman. En todas ellas figuran personajes extraños, derrotados y desnortados,
absortos en sus pasiones y en sus miserias, que Zweig impregna de humanidad y
de mezquindad como quien abre un muestrario de seres zarandeados por el azar
caprichoso y volandero de la vida.
Leer al
maestro Stefan Zweig, a la par que gratificante, nos regala siempre la lucidez
insobornable de uno de los autores que mejor supo entender el desvarío de una época
convulsa que tanto empieza a parecerse a la nuestra.
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